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Sebastián Irarrázaval: “Hay que dejar de pensar la ciudad como puras cañerías”

El arquitecto chileno, distinguido en los Wood Design & Building Awards por la Biblioteca Municipal de Constitución, plantea que las obras públicas responden a un modelo de sociedad. “El problema es que ese modelo está en crisis”.

Por Vivian Berdicheski, Revista Capital

"La traducción no es un ámbito ajeno a la arquitectura. Un arquitecto siempre está traduciendo planos, instrucciones, lugares”, dice Sebastián Irarrázaval [EARQ]. Sabe de lo que habla. Durante un año estudió Literatura antes de mudarse a Arquitectura, y aún no tiene claro qué profesión le atrae más. Libros de filosofía, ensayos, arquitectura y urbanismo se apilan en su velador. Sin ir más lejos, a principios de marzo –como profesor del Máster en Arquitectura de la Universidad Católica– lideró el taller “Traducción entre las artes y arte de traducción”, junto a Umberto Bonomo [EARQ] y Andrés Claro.

Hijo de Roberto Irarrázaval, también destacado arquitecto, con quien trabajó durante su época de estudiante de la Universidad Católica, egresó de dicha casa de estudios en 1991 y forma parte de una generación, encabezada por el premio Pritzker Alejandro Aravena [EARQ], que ha despuntado internacionalmente.

Hace poco fue distinguido en los Wood Design and Building Awards por la Biblioteca Municipal de Constitución, resultado de una iniciativa público-privada destinada a reconstruir la ciudad luego del terremoto y tsunami de 2010. El año pasado fue galardonado en la Bienal de Arquitectura y Urbanismo en China Hong Kong Shenzhen Bi-City. Entre sus proyectos destacan los hoteles Indigo Patagonia e Indigo Santiago, Ochoalcubo, Auditorio Universidad Mayor y la Escuela de Diseño de la PUC. Su obra ha sido reseñada en revistas como A+U, Architectural Review y Wall Paper.

En su currículum también se anota el montaje de la XII Bienal de Arquitectura (2000); representación de nuestro país en la Bienal de Venecia (2002); asesor del proyecto Plan Valparaíso durante el gobierno de Ricardo Lagos; y profesor invitado en las universidades de Caracas, Arizona, Venecia y MIT. Por si fuera poco, el 2014 recibió el premio Wave en Venecia y expuso en la Trienal de Milán un modelo de ciudad para África.

Durante el primer semestre de este año, una semana al mes la destina a su trabajo de profesor visitante de la Universitá IUAV di Venezia, y las otras tres semanas da clases en la PUC. Por estos días, se preocupa de la realización del Centro Cívico de Quinteros, la proyección de un par de casas y participa en un importante concurso en Dinamarca, del cual no quiere dar mayores detalles.

-¿Cómo sería la ciudad ideal?

-Debería tener un cierto tamaño para no gastar mucho tiempo en moverse. Ahora, ¿cuál es la dimensión perfecta? Es difícil de responder. Pero sí debería incorporar espacios públicos de calidad asociados a ciertas instituciones. Por ejemplo, existe una experiencia en Boston donde se ubicaron frente a un colegio, varias canchas de deportes. No atrás ni al medio, sino al frente; abiertas a la comunidad. ¿Qué significó eso? Que el colegio cuida ese lugar y la comunidad se reúne en torno al establecimiento; así los chicos hacen deporte en un sitio protegido y a la vez público. Se producen sinergias.

-¿Y cómo mejorar la calidad de vida en Santiago?

-Hay que dejar de pensar la ciudad como puras cañerías. Hay que pensarla como la descripción de un modelo de sociedad. Lamentablemente, el modelo de sociedad actual está en crisis. Para desarrollar un plan, se debe observar la arqueología de la ciudad a fin de rescatar sus valores, y no sólo mirar la configuración de sus edificios. En Dinamarca, por ejemplo, han hecho de la arquitectura un tema de suma importancia. Se promulgó una ley nacional que parte de la base de que la arquitectura es capaz de cambiar la calidad de vida de las personas. En los colegios se agregó a la malla un ramo de urbanismo; eso genera un cambio porque todas las personas en algún minuto tenemos algún poder de decisión dentro de la ciudad. Se toman mejores decisiones cuando se tiene un mayor grado de conocimiento.

-Pero aterricemos la discusión a lo que ocurre en Chile. ¿Qué hacer?

-Creo que en este país hay un exceso de fragmentación de los órganos capaces de tomar decisiones. Aquí se supone que todo se resuelve en una mesa de trabajo. Hay más comisiones que proyectos reales. Dentro del paradigma actual se están haciendo las mismas cosas y, por ende, cometiendo los mismos errores.

“Para densificar Santiago se podrían homogenizar las alturas, con edificios de cuatro pisos. Eso genera un crecimiento más armónico”.
-El déficit de viviendas que se proyectan a 10 años es cerca de 600 mil. ¿Hay que crecer en altura o expandir los límites de la ciudad?

-Se puede crear alta densidad sin subir demasiado el número de pisos y en ese caso el modelo sería el de una ciudad definida por su flujo. Es decir, donde están las arterias más rápidas es donde se deben concentrar las alturas. Ahora, si no fuese ése el paradigma, se podría llegar a las mismas densidades homogenizando las alturas, con edificios de cuatro pisos y eso genera un crecimiento más armónico. Como eran Ñuñoa o Pedro de Valdivia Norte en otra época.

-¿A qué llamas una buena obra arquitectónica?

-Es como la música capaz de envolver, transportar y ser un reflejo de la cultura. Hay buenas obras de arquitectura que comunican y otras que cantan, a mí me gustan las que cantan.

Talca, Valparaíso y Venecia

A pesar de que, en general, no le gusta Santiago, ve de manera positiva la continuidad que se da en torno a sus elementos naturales, como el río Mapocho. “El curso del agua debería ir acompañado de algo construido equivalente, de buena calidad, con un ancho y un corte de edificios que se hagan cargo de lo público. Dicho metafóricamente, más cóncavos que convexos”, señala.

La considera, en todo caso, una ciudad vital, con lugares que lo intrigan como el sector de La Vega y la Quinta Normal. Se entusiasma describiendo un proyecto de una alumna suya en Venecia, quien descubrió un viejo túnel por el que pasa el tren una vez al día entre la Quinta Normal y Estación Central. Con la misma pasión relata el despropósito de los edificios espejos en el sector de El Golf. Piensa que la Costanera Norte es una obra mal planteada en su diseño, sin desconocer que cumple con el objetivo de la fluidez.

Tanto la distinción que recibió en los Wood Design and Building Awards como el Pritzker de Aravena hablan de una arquitectura con acento social. “En las universidades chilenas, la preocupación por lo social y lo público ha sido una constante y, sin duda, ha generado los cimientos de lo que hoy se vislumbra como una gran transformación de la arquitectura social y pública en Chile. Hasta hace poco, en las revistas internacionales se mostraban sólo casas y hoteles en lugares idílicos, pero eso está cambiando y, sin duda, Alejandro Aravena ha ayudado a atraer la mirada a esta otra dirección”, concluye.

-¿Tienes alguna explicación para que tan-tos arquitectos nacionales, tú incluido, estén reconocidos en el ámbito internacional?

-Es muy importante estar vinculado a una universidad como la Católica, que está bien posicionada internacionalmente. A eso se suma una cosa diferencia-dora, que es que los arquitectos chilenos, a diferencia de los arquitectos del resto del mundo, tienen un vínculo con la profesión y la academia. Es muy raro encontrar en Europa o Estados Unidos arquitectos que hagan clases y obras. En Chile, al menos la mitad se dedica a las dos cosas y eso llama la atención.

“En Valparaíso, un parque pegado al mar tipo Parque Forestal es mejor que un mall, pero no sé si rentabilizaría. Ahí está la disyuntiva”.
-¿Observas diferencias entre los estu-diantes de la UC y los de Venecia?

-En términos de lo que hacen son igualmente buenos, la capacidad de trabajo también, pero en el discurso son distintos. Allá el discurso es mucho más articulado, con referentes filosóficos y culturales. Tienen un peso de la historia mucho mayor. A nosotros la falta de historia nos da libertad. Me explico: me tocó ser jurado para elegir el trabajo que representará a nuestro país en la Bienal de Venecia, que cura Alejandro Aravena. Lo que se mostrará será la Escuela de Arquitectura de Talca. ¿Cuál es el interés en eso? Como en Talca no hay referentes, no hay edificios que mirar como el Paladio, entonces te tienes que nutrir de otras cosas; en este caso, de la arquitectura rural. Eso, importado a la disciplina, produce una discusión de gran riqueza que da cierta frescura. Es como lo que hizo la Universidad Católica de Valparaíso hace 50 años: una mezcla de disciplinas, vanguardias y los cerros de Valparaíso, una especie de laboratorio.

-¿Hay algo que te preocupe de las nuevas generaciones?

-Las veo un poco eclécticas, se entusiasman por ciertas cosas sin medir el origen ni las consecuencias. Hoy está de moda el urbanismo táctico o pocket park; por ejemplo, la transformación de un sitio eriazo en jardín, tal como las pasarelas verdes de la Remodelación San Borja. Ese tipo de intervención me gusta poco, son fenómenos que ocurren cuando el Estado va en retirada, dejando de lado su responsabilidad. Ponen unos quitasoles y unas sillas de plástico y creen que con eso desaparece el problema. Oficializar lo precario está mal, atenta contra la institucionalidad. Unas sillas de playa en un sitio eriazo no hacen un espacio público.

-¿Qué piensas del proyecto de transfor-mación de la Alameda?

-Hay concursos que son de “urbanismo mediático”. Concursos que se hacen para visibilizar al político, alcalde, gobernador, que están detrás. Soy escéptico porque he participado y ganado en ese tipo de concursos, y al final no ha quedado en nada. La verdad es que espero que lo de la Alameda se materialice.

-Participaste en el Plan Valparaíso del gobierno de Lagos. ¿Te tocó ver el tema del mall en el borde costero?

-Una de las conclusiones a las que llegamos es que el puerto no genera energías positivas a la ciudad como antes. Y hay que tomar nota de un asunto clave: la Empresa Portuaria de Valparaíso, que es la dueña de ese terreno, por ley tiene que rentabilizar su capital. Si no, sus directores se van presos. Entonces, hay que poner varios aspectos en la balanza, entre ellos rentabilizar el uso del terreno, y en ese instante el mall cobra sentido. Un parque pegado al mar tipo Parque Forestal es mejor que un mall, pero no sé si rentabilizaría. Ahí está la disyuntiva. A mí me parece que un espacio público de dos pisos, como el que se propuso en el borde costero de San Sebastián en España, es una opción posible.

Toca madera

Ciento cuarenta fueron los proyectos que postularon a los Wood Design & Building Awards, pero la Biblioteca Municipal de Constitución fue la ganadora. Para Irarrázaval, “más que un trofeo, lo veo como una oportunidad de hacer más obras con carácter público, y obtener así gratificaciones que no dan las obras privadas”. El proyecto es parte del Plan de Reconstrucción Sustentable (PRES) de la ciudad, en el que participan la Municipalidad, el Ministerio de Vivienda y Urbanismo, Fundación Arauco, Fundación La Fuente y Banco Itaú.

“Quería hacer un edifico que ayudara a cumplir el objetivo de la Fundación la Fuente, que es el fomento a la lectura”, explica el arquitecto. “Ello significó hacer un edificio seductor; que invitara a entrar y que retuviera en su interior. Para lo primero se dispusieron tres grandes vitrinas en la fachada, con asientos y aleros que generan cobijo al peatón y que no sólo permiten mirar los libros dispuestos en el frontis, sino que también le comunican que este edifico se preocupa de ellos, que los cuida y esto genera sin duda una complicidad. Para lo segundo, se dispuso el nivel principal a 1,6 metros sobre el nivel de la calle para poder mirar los árboles de la plaza que está al frente; de manera que la lectura sea un placer fruto de la tensión entre la concentración que impone el libro y las pausas al ver la plaza, recreando lo que ocurre cuando uno lee junto a una ventana y contempla un jardín. También se generó un espacio confortable para la visión, fruto de la luz balanceada que producen tres naves de madera que filtran la luz”.

Para esta obra de 350 metros cuadrados, que beneficia a más de 45 mil personas y que demandó una inversión de 310 millones de pesos, Irarrázaval se inspiró en los encastillados, usados para guardar y terminar de secar piezas de madera, que se ven en los muchos aserraderos que hay a la orilla del camino que une la Ruta 5 y Constitución.

Con excepción de los muros cortafuegos en hormigón a la vista, la biblioteca se realizó mayoritariamente en madera. Tres factores resultaron claves para optar por este material: la identidad de la ciudad (al estar ubicada en la Región del Maule, la zona de mayor actividad maderera del país); acceso a materia prima de alta calidad y a carpinteros locales experimentados. “Además de ser un recurso renovable y un producto local, la madera permite hacer un trabajo delicado e intenso en mano de obra, más alejado de lo industrial y más cercano a lo artesanal, y esto es un valor porque otorga a una obra un carácter de pieza única. Junto con lo anterior, la madera es un absorbente acústico natural, lo que elimina las reverberaciones molestas y produce un alto confort auditivo, lo que es muy importante en una biblioteca”, afirma el arquitecto.